Os invito a cerrar los ojos para hacer un viaje en el tiempo. Nos vamos al Oporto de 1861, a la antigua cárcel de la ciudad, actual Centro portugués de fotografía. Allí Camilo Castelo Branco, que está pasando una temporada entre rejas por mantener una relación adúltera con Ana Plácido -amor de su vida, mujer de Manuel Pinheiro Alves y tan rea como él, según consta en actas-, escribe Amor de perdición en los que definirá como los quince días más tormentosos de su vida.
Sin embargo, la historia no trata sobre su propia experiencia -o eso dice él- sino acerca del trágico enamoramiento entre uno de sus antepasados, Simón Botelho, y Teresa de Alburquerque. Como es de suponer, sobre todo viniendo de la pluma de uno de los mejores escritores del romanticismo portugués, nació todo un folletín -porque absurdo sería negarlo- plagado de enfrentamientos por honor, padres enemistados, traiciones, alianzas, cartas secretas, jóvenes que actúan movidos por la esperanza de estar juntos pese a ese aciago destino que apunta todo lo contrario y, sobre todo, disfrazada entre todo el entramado de personajes y secuencias, una importante denuncia con moraleja.

"El corazón es la víscera, herida de parálisis, que más pronto desfallece sofocada por las rebeliones del alma que se identifica con la naturaleza, y la quiere, y se devora con el ansia de ella, y se retuerce con los sufrimientos de la amputación, para los cuales el recuerdo de la felicidad herida es un hierro candente, y el amor, que conduce al abismo por el camino de la soñada felicidad, no es ni siquiera un refrigerio"