martes, 22 de mayo de 2012

El misterio de la creación artística:

Un día, los estantes de la librería del museo Thyssen-Bornemissa me hicieron un regalo al mostrarme este pequeño libro editado por Sequitur entre dos grandes volúmenes de teoría del arte .


Son unas 70 páginas que contienen fragmentos de algunas cartas -pocas, la verdad-, una conferencia dada en Buenos Aires, el texto que dedicó al entonces recién fallecido Hugo von Hofmannsthal y el prólogo a un libro de Paul Stefan. El denominador común: la creación artística. 


Confieso que he perdido la cuenta del número de veces que he releído la transcripción de la conferencia del 29 de octubre de 1940 (¡Sagrado día para quienes tuvieron el privilegio de escucharle!)


El cronista y narrador -un día haremos una entrada sobre el Zweig narrador que te saca el corazón, lo amasa en la piel de un personaje que ama y se desgarra y luego vuelve a colocártelo en el pecho- se desnuda, presentándose como el hombre que se pregunta de dónde viene esa chispa de inspiración, ese don que parece casi místico, al que llamamos genio o creatividad, e intenta dar respuesta a una cuestión más que complicada pues, cómo él mismo explicó, "cuanto más nos esforzamos por profundizar en los misterios del arte y del espíritu, tanto más los admiramos por su incomensurabilidad".


Cierro los ojos y le imagino pensando en voz alta: "De todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación. Nuestro espíritu humano es capaz de comprender cualquier desarrollo o transformación de la materia. Pero cada vez que surge algo que antes no había existido- cuando nace un niño o, de la noche a la mañana, germinan grumos en la tierra- nos vence la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana, divina. Y nuestro respeto llega a su máximo, casi diría, se torna religioso, cuando aquello que aparece de repente no es cosa perecedera. Cundo no se desvanece como una flor, ni fallece como el hombre, sino que tiene fuerza para sobrevivir a nuestra propia época y a todos los tiempos por venir- la fuerza de durar eternamente, como el cielo, la tierra y el mar, el sol, la luna y las estrellas, que no son creaciones del hombre, sino de Dios. 
A veces nos es dado asistir a ese milagro, y nos es dado en una esfera sola: en la del arte."


Acuden a mi mente los personajes de sus novelas o aquellos que realmente existieron, a los que jamás conoció, pero que supo resucitar en sus crónicas y biografías. Le imagino poseído por esa chispa genial que describe en otros, como si le fuera ajena, garabateando palabras frenéticas y engendrando delicias como El amor de Erika Ewald. Y, en un enfermizo ataque solidario, os invito a dejaros contagiar de una obsesión que os ayudará a estar un poquito más cerca de los genios. 









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